Los mismos caminos rojos, el mismo polvo que se mete en las entrañas, la misma luz… Y alrededor demasiados huecos sin árboles. Estoy junto a una de esas fronteras hechas con tiralíneas hace medio siglo que rompieron étnias, cuencas hídricas, y también bosques. Fronteras por las que hoy transita la deforestación, los cultivos intensivos y un cambio climático que se palpa en los campos y va vaciando de gentes esta tierra de la Casamance, que se reparte entre Gambia, Senegal y Guinea Bissau. El granero de Senegal lo llamaban cuando lo visité por primera vez hace ahora 20 años. Ahora, a través de la ventanilla del coche en el que viajo desde la ciudad de Kolda (Senegal), veo cómo la deforestación campa a sus anchas y la escasez de lluvias deja las tierras baldías, algunas incluso con costra de sal, según me cuentan.
Mujeres en primera línea del cambio climático
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